La Iglesia y su apoyo a los prostíbulos medievales

Autor: Júlia Ribas Rodriguez
Fecha de publicación: 25 abril, 2022

La Baja Edad Media, comprendida entre los siglos XIII y XIV, siempre ha sido vista como un periodo decadente y oscuro. Es una visión muy actual, eso sí, basada en el análisis histórico que los expertos han llevado a cabo en las últimas décadas, desde un punto de vista moderno. Sin embargo, hemos de entender que aquella etapa, por oscura que fuera, dio paso a una tan brillante como el Renacimiento, y supuso el primer gran punto de inflexión social en siglos. La Edad Media se desarrolló en Occidente a lo largo de casi un milenio, en el que hubo tiempo para todo tipo de guerras, desencuentros y hallazgos. El esplendor de algunos territorios contrastaba con la miseria y la decadencia de otros, en un mundo en el que desde luego no era fácil sobrevivir. Cuando esta etapa terminó las cosas cambiaron bastante, aunque todavía tardaríamos en llegar al punto en el que estamos ahora.

Una de las principales características del periodo de la Baja Edad Media era la forma en la que la Iglesia trataba de seguir controlando el poder en ciertos territorios. La amenaza de los señores feudales, socios pero a la vez rivales por la ostentación de dicho poder, derivó en cruentas guerras, tanto explícitas como implícitas. En aquella época la única manera de solucionar las cosas era a través del conflicto, ya fuera una invasión, una reconquista de territorio o un simple pleito entre señores feudales. Cada cual contaba con su propio ejército, hombres aguerridos que en muchas ocasiones perdían la vida en el campo de batalla luchando por su señor por obligación. Y por encima de todo ello estaba la Iglesia Católica, que todavía no había sufrido ningún cisma importante en Europa y se mantenía como guía para todos esos señores feudales. Una Iglesia que controlaba de facto las inquinas políticas y sociales en la mayoría de reinos europeos, colocando y deponiendo reyes a su antojo. Una Iglesia que, aunque hoy nos resulte curioso, apoyó de manera clara la realización de servicios sexuales profesionales en una época en la que la prostitución era un mal necesario.

Religión y prostitución

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Nos llama la atención conocer este dato, que está refrendado por completo en muchos libros y tratados históricos, porque la relación entre religión y prostitución siempre ha sido difícil. Hablamos de religiones monoteístas importantes, como el judaísmo, cristianismo e islamismo, que mantienen unos dogmas muy claros sobre el sexo y el placer, y por ende, sobre la prostitución. La religión quiso controlar todos los aspectos de la vida de los creyentes, incluyendo los más íntimos. A través de la visión pecaminosa del placer sexual se aseguraba la propia represión de esos fieles, que solo tenían encuentros para procrear, algo muy diferente a lo que ocurría dentro del propio clero… La prostitución siempre fue vista como algo perverso, inmoral y totalmente despreciable, pero entonces llego San Agustín y lo cambió todo.

La Iglesia y su control en la Edad Media

Cuando se habla de los poderes en la Edad Media siempre se hace referencia a las tres clases imperantes en la época: nobleza, clero y pueblo llano. Hay diferentes categorizaciones y niveles dentro de cada grupo, pero esa estructura básica nos permite conocer muy bien cómo funcionaban las cosas en la época. Eso sí, la influencia del clero iba, en muchos casos, más  allá de la propia nobleza, estando incluso por encima del rey. Los monarcas autoritarios rendían pleitesía al alto clero, encabezados por el Papa de Roma. Esto también generó muchas disputas, teniendo en cuenta que la repartición de poder era muy problemática en algunos territorios. El control que ejercía la iglesia en los países del sur de Europa, por ejemplo, era fáctico, pero también moral.

Es decir, la Iglesia Católica contaba con poder, terrenos y mucha riqueza, pero sobre todo con influencia. Sobre la nobleza y también sobre los demás ciudadanos no privilegiados, a los que práctica controlaba a través de las creencias y el pensamiento. Los pecados podían llegar a ser imperdonables, y salvo que tuvieras el suficiente dinero como para pagar una bula, debías mantenerte al margen de esos escándalos pecaminosos. La Iglesia, muchas veces en conjunto con la nobleza, tomaba decisiones drásticas que afectaban a la vida pública y social de los países. Una de las más polémicas tuvo lugar, como decíamos, en la Baja Edad Media. Se abrió la concesión de diferentes locales que no tenían otro uso más que el de manceberías, burdeles medievales donde los hombres podían acudir a desfogarse. Y la Iglesia fue la que más aportó en la decisión de abrir estos locales, en reinos como el de Aragón, en la península Ibérica.

Prostíbulos como males necesarios

Durante siglos, la Iglesia había manifestado su rechazo absoluto a las prostitutas, e incluso se había generado la polémica historia de María Magdalena como una trabajadora sexual retirada. Todo aquello se había sacado de contexto solo para atacar a las mujeres y convertirlas en el blanco de la ira de los demás, aludiendo a su trabajo como algo poco cristiano. Sin embargo, San Agustín entendió que aquel no era el camino a seguir, y llevó a cabo una alegoría que sería posteriormente utilizada por la Iglesia para apoyar su control sobre este negocio sexual. El santo aseguraba que las prostitutas tenían la misma función que las cloacas, pero no de una forma despectiva. Se refería a que realizaban una labor poco elegante pero imprescindible para el buen funcionamiento de la sociedad.

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Para la Iglesia, las prostitutas eran un “mal menor”. Entendiéndose que los hombres tenían necesidades sexuales imperiosas que debían llevar a cabo, era preferible que pudieran hacerlo con mujeres de la calle antes que con honrosas damas. Por eso se apoyó la creación de prostíbulos, como ya hiciera la República Romana en su momento, para que existieran lugares acotados y controlados donde estos encuentros pudieran llevarse a cabo. Los hombres ahora tenían la opción de ir a estas manceberías para disfrutar del sexo, sin tener que asaltar a ninguna chica en la calle. De paso, la Iglesia controlaba también a las prostitutas, que estaban reunidas en un mismo lugar, e incluso se les llevaban a cabo revisiones continuas para evitar el contagio de enfermedades venéreas. Era una fórmula muy eficaz para atajar un problema que se iba a seguir dando, y al menos tener el control sobre ello.

Valencia y su barrio rojo

El ejemplo más claro de todo este proceso lo encontramos en Valencia, una ciudad que florecía en esta época después de la Reconquista. Jaime II de Aragón impulsó la creación de este tipo de locales de alterne, ubicándolos en un barrio muy concreto de la ciudad. Se podría decir que era como una especie de Barrio Rojo en el que los hombres podían encontrar la satisfacción sexual que necesitaban en todo momento. Cientos de prostitutas se reunían en estos locales, ofreciendo sus servicios. Los delitos sexuales y las agresiones bajaron notablemente durante ese periodo, e incluso las prostitutas se mostraron encantadas ya que se sentían más seguras en estos locales. El último prostíbulo cerró ya bien avanzado el siglo XVII, y como curiosidad, todavía se conservan algunas gárgolas con elementos sexuales en esa zona de la ciudad.